José Luis Camacho Acevedo
Sin duda que el actual embajador de Estados Unidos en México, Ken Lee Salazar (Nacido en Alamosa, Colorado, 2 de marzo de 1955) es un político estadounidense, secretario de Interior de los Estados Unidos entre 2009 y 2013 durante la Administración Obama) se viene caracterizando por ser un diplomático que, como lo señalan algunos columnistas, rompe paradigmas.
En el portal digital “Más Información”, el compañero Miguel Villarello describe, con una precisión de apache apuntando su flecha, al hiperactivo diplomático norteamericano:
Designado en 2021 por el presidente estadounidense, Joe Biden, como embajador de Estados Unidos en México, Kenneth Lee Salazar se ha convertido, en poco tiempo, en un diplomático controversial, pues rompe paradigmas al comportarse de manera diferente a sus antecesores.
Asiduo visitante de Palacio Nacional, pues presume de su amistad con el presidente Andrés Manuel López Obrador, a quien acompañó en la inauguración del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA). A donde quiera que vaya el americano de la texana, crea polémica con sus dichos.
A principios del año, acudió a Guanajuato “para quebrar las redes criminales”; ha estado en Xochimilco; en las Pirámides de Teotihuacán; en un concierto de los Tigres del Norte; y hasta en la Basílica ante la imagen de la Virgen de Guadalupe.
Desde su llegada, aclaró que en política mexicana no se iba a meter, pero se refirió a Claudia Sheinbaum como “presidenta”; y acudió a Zacatecas a establecer acuerdos para “recuperar la paz de Zacatecas” y combatir a las organizaciones del crimen organizado junto con el gobernador David Monreal Ávila. Con lo que se ganó un exhorto del canciller mexicano, Marcelo Ebrard, para abstenerse de firmar acuerdos con gobiernos estatales sin la participación del Gobierno Federal.
Pero además Ken Lee Salazar tiene asignaturas sin resultados en la complicada agenda bilateral.
No hay resultados en materia del tráfico de armas de Estados Unidos a México; de la manera tan permisiva en la que el fentanilo ingresa al vecino país; de los acuerdos entre ambos países para enfrentar a las organizaciones criminales que operan lo mismo en México que en Estados Unidos.
Si Felipe Calderón pidió la remoción del embajador Carlos Pascual cuando se enteró de los informes que el embajador había enviado a Washington, mismo que eran un relato minucioso y crítico del gobierno calderonista y sus instituciones en la guerra contra el narcotráfico. En uno de los despachos, el embajador era severo en sus juicios sobre el Ejército. Lo llamaba parroquial y sostenía que en algunos casos había mostrado falta de valentía para capturar a narcotraficantes de importancia (como en Monterrey, donde dos generales se resistieron a que una unidad especial de militares interviniera para detener a El Gori, el líder de Los Zetas que fue asesinado por una fuerza especial de la Marina). Criticaba la falta de coordinación y las rivalidades entre el Ejército, la Policía Federal y la PGR. Creía que la inteligencia mexicana estaba en paños y que la corrupción era la cabeza de una hidra podrida.
Ken Lee Salazar no ha llegado a tales temeridades informativas como las de Carlos Pascual. O si lo ha hecho ha tenido buen cuidado de mantener una necesaria secrecía.
Lo cierto es que el embajador se ha convertido en un diplomático que, con gran facilidad, excede el límite de sus atribuciones.
Conclusión: ¿Qué haremos con Ken Lee Salazar?
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