El coloquio “Visión antropológica de la conquista del Cemanáhuac” concluyó con una mesa dedicada al ataque y la defensa de la capital tenochca
El investigador Arturo Montero expuso la estrategia naval retomando la proeza del traslado de materiales y obra ingenieril para armar y poner en función los bergantines
Una revisión a fondo de los hechos ocurridos hace 500 años, conduce a los especialistas a considerar que la caída de México-Tenochtitlan más que una conquista de parte de los europeos —que solo representaban 1% de los efectivos de combate, mientras el 99% lo constituían indígenas—, debiera mirarse como una verdadera revolución o una guerra interétnica que se saldó contra el grupo dominante, los mexicas.
El coloquio “Visión antropológica de la conquista del Cemanáhuac”, el cual inició el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en 2019, para escrutar estos sucesos a la luz de nuevos datos y perspectivas, concluyó con una mesa dedicada al ataque y la defensa de la capital tenochca, la cual hace cinco siglos sucumbía por el aumento de adversarios, los estragos de la viruela y la falta de agua y alimento.
En el conversatorio digital transmitido por el canal INAH TV de YouTube, hermanado con la campaña “Contigo en la distancia”, de la Secretaría de Cultura, el investigador de la Universidad del Tepeyac, Arturo Montero García, puntualizó que la guerra por Tenochtitlan fue anfibia. Se peleó por tierra y agua ante un enemigo: los mexicas, quienes no acostumbraban enfrentamientos nocturnos, no combatían sin previo desafío ni lo hacían para matar, sino con el objetivo de obtener prisioneros para sacrificio.
El doctor en antropología simbólica indicó que “esas tradiciones cambiarían ante el concepto europeo de guerra que traían los españoles”. Así, en fuentes históricas se advierte a la artillería de las huestes de Cortés y sus aliados destrozando las fortificaciones de la isla, o a las mexicas capturando los cañones de sus invasores y echándolos a los canales; o bien, a los tlatelolcas enfrentándose a la caballería rival.
En el encuentro, García Montero dio a conocer un modelo concebido por él y los diseñadores gráficos y artistas de 3D Jesús Gerardo Medina y Thomas Filsinger, sobre cómo debieron ser los bergantines usados en el asedio naval a México-Tenochtitlan. Una propuesta más fidedigna, basada en referencias históricas como cartografía antigua y estudios de arqueología experimental, realizados para un documental de Canal 22.
Estas embarcaciones, bautizadas el 28 de abril de 1521, tenían dos mástiles, bauprés y velas latinas. Los 13 bergantines armados debieron tener, en promedio, 12 m de eslora, 5 m de manga, 60 cm de calado y 50 cm de alzado; su propulsión era a velo y remo, además de un falconete en la proa para disparar, así como ballesteros y arcabuceros en los lados.
El arqueólogo refirió que el asedio a Tenochtitlan y Tlatelolco es considerada la batalla naval librada a más altitud de la historia antigua, a 2,250 msnm, y la primera en tierras continentales de América. Los bergantines usados fueron embarcaciones ligeras construidas con la tala de árboles de La Malinche (volcán Matlalcueye), mientras los demás insumos llegaron de la Costa del Golfo, además de que Cortés mandó cuatro naves a La Española (Santo Domingo) para comprar otra cantidad similar.
“Hablamos de una proeza que requirió 333 km de recorrido, cruzando partes a 3,000 msnm, del puerto de Quiahuiztlán, en Veracruz, hasta Texcoco. El traslado de los bergantines se resume en la siguiente numeralia: ocho kilómetros de largo la columna, mil cargadores, ocho mil elementos de custodia, cuatro días de traslado y cien kilómetros de trayecto, solo de Atempa a Texcoco, cuando ya estaban armados.
“Es interesante que en algunos códices se observa a un jerarca tlaxcalteca, posiblemente Chichimecatecuhtli, dando instrucciones a un carpintero europeo, lo cual revela que existían líderes indígenas en la causa, y hubo una aportación de parte de ellos sobre la tecnología mesoamericana utilizada en la navegación, aunada al conocimiento del sevillano Martín López, encargado de la construcción de los navíos”, relató Montero García.
Mediante arqueología experimental también se ha concluido que Texcoco no solo tuvo el astillero, sino que debió construirse un canal (todavía observable en mapas de mediados del siglo XIX) para compensar los 10 metros que tenía esta ciudad por encima de la altitud del lago. El dique para bogar las naves y que contaba con esclusas debió medir 2.5 km de largo, cuatro metros de ancho y otros cuatro de profundidad.
“Toda una obra de ingeniería levantada con mano indígena. Esta batalla naval del lago de Texcoco requirió de las estrategias de la ingeniería para resolver problemas como echar al agua a 2,250 metros de altitud, los 12 bergantines artillados (uno fue desechado) que se desplazaban por vela y remos, con el apoyo de miles de canoas indígenas”, consideró el investigador.
En su presentación, enfatizó que esta guerra no puede entenderse sin las contradicciones internas que tuvo la Triple Alianza (Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan), quizás alimentadas por la distribución inequitativa de los tributos que llegaban de las 400 entidades que dominaba. Mientras al primero se conducía la mitad de lo tributado, al segundo solo llegaban dos sextas partes, y al tercero, solo una sexta parte.
“Creo que el golpe más fuerte no va a venir de los tlaxcaltecas o los totonacas, sino va a ser el gobernante de Texcoco, Ixtlilxóchitl y su gente, quienes desestabilizaron esta alianza. Entendido así, no sería necesariamente la fuerza militar de Cortés y de sus aliados indígenas la que condujo al Estado mexica a su final, sino las contradicciones internas de Triple Alianza”, finalizó.
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