El pasado 20 de enero ocurrió uno de los sucesos políticos más anticipados en la historia política reciente de los Estados Unidos. Mucho se especuló sobre la salida del hoy expresidente Donald Trump debido al antecedente funesto tras 4 años de un mandato caracterizado por el encono, racismo y xenofobia exacerbados por su personalidad demagógica y ramplona. Sin embargo, la expectativa, sin duda, queda en su sucesor Joe Biden, que enfrentará retos sociales, sanitarios, políticos y económicos verdaderamente trascendentales.
Sólo tuvieron que pasar unas cuantas horas para que la nueva administración empezara a desdibujar la “era Trump” a través de decisiones que se vieron plasmadas en órdenes ejecutivas, como la de reincorporar a ese país en el Acuerdo de París sobre cambio climático y a la Organización Mundial de la Salud, para reposicionarse así como una de las principales naciones de la comunidad internacional. Por otra parte, la suspensión de la construcción del muro fronterizo y el fortalecimiento del programa de Acción Diferida para Jóvenes (DACA) son ejemplos del interés renovado en el fortalecimiento de la relación binacional con México.
En ese sentido, la democracia prevaleció, el cambio de poder sin exabruptos es un mensaje para los Estados Unidos y el mundo, después de las lamentables imágenes que presenciáramos hace unos días. Representa un cambio en la narrativa presidencial y la forma de ejercer el poder desde una perspectiva reconciliadora y de unión, bajo el marco de una pandemia catastrófica que impacta seriamente a esa sociedad ya con deudas históricas pendientes.
El hecho de que el expresidente Trump no participara en la toma de posesión marca una anécdota tal vez intranscendental en la operación del país, pero sí una implicación muy simbólica en lo que refiere a las transiciones del poder político en los EE.UU. que transcurrían de forma pacífica y ordenada, independientemente del partido que llegara al poder, demostrando una educación democrática envidiable hasta hace muy poco.
Además, nuevos simbolismos comienzan a surgir a partir de una nueva corriente de hacer política comprensiva desde la diversidad que acoge esa nación. Fue muy representativo ver a la primera vicepresidenta afrodescendientes ser juramentada por la primera ministra latina de la Suprema Corte de Justicia, así como la participación latina y afroamericana desde un primer plano. Es el reflejo de la innegable diversidad multicultural de una nación históricamente migrante y de la cada vez mayor injerencia que las “minorías” juegan en la reformulación de comunidades más integradas y mejor representadas.
No obstante, más allá de la reivindicación de la democracia y el éxito en la transición pacífica del poder, la realidad es que ese país, como el resto del mundo, atraviesa una situación crítica en lo sanitario y económico, por lo que considero que la narrativa que hace el presidente Biden al referirse a estos puntos como grandes problemas pendientes, reflejan una concepción de un escenario más realista en el que la ciencia retoma su rol determinante en la planeación y ejecución de políticas públicas complejas y responsables.
En general, con la llegada de Biden y Harris a la presidencia se retoman posturas más realistas respecto a los acontecimientos y necesidades actuales, después de cuatro años en donde la veracidad y objetividad dejaron de existir en la forma de hacer política desde el ejecutivo. Está por verse si esa “toxicidad” en el discurso público desaparecerá ahora que Trump abandonó la Casa Blanca o si se trata de un ecosistema real de un sector de la población que pretende que las cosas no cambien para todos.
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