La mercadotecnia política ha ido incrementado su poderosa capacidad de manipular las decisiones electorales, a tal punto que el ciudadano llega a creer que realiza una decisión libre y consciente, cuando en realidad es inducido por la maquinaria de la propaganda.
La técnica mental que se suele utilizar, es edificar un ideal deseado por el promedio de la población a base de estudiar qué necesitan y esperan de un gobierno.
Si por ejemplo se detecta que una gran mayoría percibe inseguridad, debido a la delincuencia, la propuesta debe incluir una promesa visionaria de acabar con esa amenaza. A pesar de que no se pueda cumplir, pero debe sonar posible.
El objetivo es influir en el imaginario colectivo y darle un rumbo a las creencias. Te hacen ver que identifican el problema correctamente y te ofrecen una solución creíble.
La idea de fondo es darle al pueblo la esperanza de una mejor vida, de un mayor bienestar, de incrementar la calidad del entorno y en fin, forjar una mayor seguridad en sí mismos, atando su consciencia a una propuesta y generando una dependencia a una ideología, a una persona o a un partido. O se pueden unir éstas tres y formar un sólo bloque en partido, persona e ideal.
La publicidad, los anuncios, los comunicados, la información, los noticieros, la prensa y hoy en día todo el mundo virtual se ensamblan en una misma campaña que tiene como fin influir, con determinación, en la mente de los electores.
Se trata al votante como un consumidor de un producto, el objetivo es vender y conseguir más clientes que compren el producto.
A base de repetir y de inundar de ideas a la población, se establece una lucha entre las diversas argucias y estrategias de propaganda para ganar el mayor número de voluntades.
En vez de promover un ejercicio de libertad, la propaganda busca quitar la libertad y someter al ciudadano a que decida lo que le han dicho que deba de decidir y además hacerle creer que su elección es libre. Porque si toma consciencia de que es un sujeto manipulado, va a rechazarla y no sabrá que hacer, cayendo en confusión, duda e incertidumbre.
La efectividad de la propaganda se evalúa en la medida del número de votantes que acaban optando por una propuesta y sobre todo por el índice de convicción y filiación al discurso inducido. Es decir, cuando el sujeto asume que tiene que defender esa propuesta como si fuera suya, y además pierde, progresivamente el pensamiento crítico y acaba siendo fiel y sumiso a lo que le dicen que debe hacer y pensar.
Una prueba más de la propaganda eficaz, es cuando se estandariza un mismo discurso y comportamiento. Lo mismo te dice una persona de un vecindario, que un estudiante o un campesino, todos enarbolan los mismos argumentos y tienen las mismas esperanzas e ideales. Se ha colectivizado y masificado el producto.
Las herramienta y la "tecnología mental" para manipular y controlar a la población se ha incrementado notablemente en las últimas décadas.
La democracia ya está bajo el yugo de la propaganda.
Hay que rescatarla de tan peligrosos tentáculos.
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