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AMLO SE REFORMA (I de III), por David Saucedo



No hay reforma electoral neutra. De acuerdo con los autores clásicos en el estudio de los partidos políticos (Duverguer, Sartori, Panebianco), cualquier modificación a la legislación electoral, en las reglas para la distritación, en las leyes secundarias en la materia y en general al sistema de partidos, produce ganadores y perdedores.


Aunque en todos los casos se suele aducir que los cambios se hacen para mejorar la representación y “perfeccionar” el régimen democrático, las modificaciones en las reglas del juego electorales normalmente tienen como objetivo principal fortalecer a algunas fuerzas políticas y reducir la influencia de otras. En casos extremos, las reformas dejan a algunos competidores fuera del tablero. Por lo anterior, frente a cualquier propuesta de cambio, el espectro político se divide entre reformistas y defensores del status quo electoral.


En general quienes promueven un cambio en las reglas del juego comiciales buscan incrementar su poder y representación en los órganos de toma de decisiones políticas. Al mismo tiempo tratan de erosionar la fuerza y peso de sus adversarios con miras al siguiente proceso electoral.


Por otro lado, quienes se oponen a una reforma electoral y manifiestan un cierto nivel de aceptación con relación al árbitro y reglas del juego vigentes, intuyen que un nuevo marco de competencia los debilitará. En su narrativa de defensa suelen poner el énfasis en las virtudes (reales o imaginarias) del sistema electoral vigente. Por el contrario, los reformistas aducen que el sistema electoral que quieren cambiar adolece de vicios e inconsistencias de toda índole. El debate político y la discusión pública se polarizan al no haber posiciones intermedias. Los radicales se empoderan.


Cuando los reformistas están en el gobierno, se pueden presentar dos modelos clásicos de transformación de los sistemas electorales: 1) Reformas que buscan incrementar el peso e influencia de la élite en el poder (endurecimiento) y, 2) reformas electorales para abrir el sistema político a una mayor representación de fuerzas de la oposición (apertura).


Cuando la élite gobernante percibe que la oposición es débil, impulsará reformas para evitar coaliciones electorales en su contra, para disminuir el financiamiento público de los partidos (que no afectan al partido en el gobierno), para reducir la representación plurinominal y para controlar a las instituciones encargadas de organizar y calificar los comicios. El gobierno se endurece y trata de aplastar a la oposición de una buena vez, buscando transitar de un sistema electoral que favorece la competencia, a un sistema de partido dominante o hegemónico.


Pero cuando la oposición es fuerte y existe el riesgo de que haya manifestaciones y muestras de descontento que no se puedan canalizar por la vía institucional, los gobiernos ceden y entregan parcelas de poder real en varios ámbitos: ciudadanización de los organismos electorales, mantener o incrementar la representación proporcional, dejar de usar el aparato de justicia para amedrentar a líderes de la oposición, etc. En este caso la transformación va en sentido inverso, y se intenta migrar de un esquema de partido dominante a un sistema competitivo de partidos.


Las iniciativas de reforma electorales son más frecuentes y consecutivas en dos coyunturas específicas: 1) Durante los procesos de transición democrática y 2) Cuando se da un cambio en la orientación ideológica de los gobiernos nacionales (de derecha a izquierda). En un primer momento en América Latina las reformas en los sistemas electorales se incrementaron durante la “tercera ola” de democratización (Huntington) y tiempo después, ya en democracia, cuando varios líderes y partidos de izquierda llegaron al poder.

Casi todas las transiciones a la democracia latinoamericanas se dieron “por la derecha”. Es decir, las élites empresariales, religiosas, los militares y Washington aceptaron el reemplazo de los regímenes autoritarios, a cambio de que hubiera continuidad en el frente económico (régimen de inversiones, apertura comercial, política fiscal y contratos). Los gobiernos autoritarios realizaron modificaciones en sus sistemas electorales para frenar y contener la marea de izquierda (durante la liberalización política), pero permitiendo y negociando el ascenso de gobiernos de derecha (durante la democratización). Los nuevos sistemas electorales de las jóvenes democracias de América latina se diseñaron para favorecer a los partidos de derecha y para obstaculizar el ascenso de los partidos de izquierda. De allí que la derecha se galvanice para defender al sistema electoral e instituciones emanadas de la transición democrática y la izquierda se dedique a denostar a ambas.


Pero los nuevos gobiernos democráticos de derecha incrementaron los niveles de desigualdad en la distribución del ingreso y la pobreza. Ese fue el caldo de cultivo y sustrato perfecto que abonaron para un incremento de la base social y electoral de los partidos y líderes de izquierda. Una vez en el poder, los gobiernos socialdemócratas, populistas o chavistas, impulsaron cambios en los sistemas electorales, pues desde su perspectiva, si alcanzaron el triunfo en las urnas, no fue gracias al sistema electoral vigente, sino a pesar de él, remando a contracorriente.


Un alto nivel de descontento con el desempeño de la democracia (provocado por los gobiernos de derecha), el apoyo de un segmento de las élites empresariales, alianzas con la alta jerarquía militar, movilización de su base social de apoyo en las calles, la pasividad del alto clero católico y la indiferencia de Washington, fueron factores que permitieron que los gobiernos de izquierda latinoamericanos lograran la aprobación de las reformas a sus respectivos sistemas electorales en los últimos años, con los cuales han tratado de prolongar su estancia en el poder. En algunos casos estos cambios derivaron en regresiones autoritarias, en otros solo se consolidaron regímenes de partido dominante y en otros las reformas electorales no influyeron de manera significativa en el sistema de partidos.


De este modo, en la última década, muchos países de América Latina transitaron de sistemas electorales que inducían el triunfo de fuerzas políticas de derecha a sistemas electorales que favorecen la permanencia y el crecimiento de líderes y partidos de izquierda. México no tenía por qué ser la excepción


¿Cuáles de los factores que provocaron cambios en los sistemas electorales de varios países de América Latina se han hecho presentes y se está conjugando en la propuesta de reforma del sistema electoral mexicano, impulsada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, y cuáles son factores endógenos y propios de la nación azteca?


Eso es lo que analizaremos en la siguiente entrega.


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